miércoles, 27 de mayo de 2009


De estatura mediana, de alegre mirada y de una expresión pura; con el pelo negro sencillamente recogido, su nariz larga y de línea graciosa, los ojos negros, a veces melancólicos; la joven ofrecía a todos una figura atrayente. Su estampa espejaba vivacidad, fuerza, amabilidad. De espíritu alegre y culto, de gran sentido práctico y de carácter íntegro y sobre todo, de fe intrépida, era Celia Guerin una joven magníficamente dotada, que debía imantar las miradas.
Una dama aristocrática, residente en París, la invitó a irse allí y se ofreció a presentarla en sociedad. La propuesta la hizo sonreir. No le seducía el exhibicionismo. Mas he aquí que la Providencia se ocupó de ello y por medio de una mujer preocupada en casar a su "virtuoso muchacho", demasiado prendado del celibato.
La mamá de Luis Martin no se resignaba a ver a Luis, que en breve iba a cumplir los 35 años, sepultado en la soledad piadosa del Puente Nuevo y del Pabellón. Le reprendía cariñosamente, sin que él, se conmoviera. En las salidas de sus ratos libres de la señora Martin, hubo de pasar al lado de la joven Celia Guerin y advertir sus cualidades rodeadas de tantos hechizos. ¿No era aquella la esposa soñada para su hijo?

Una intervención misteriosa facilitó el mutuo encuentro. Cierto día, que Celia atravesaba el Puente de San Leonardo, se cruzó con un hombre cuya noble fisonomía, porte reservado la impresionaron. Entonces una voz interior le decía secretamente: "Este es el hombre predestinado para ti". Discretamente se enteró de quién era y comenzó a conocer a Luis Martin.

Los dos jóvenes no tardaron en gustarse y se enamoraron enseguida. Después de tres meses del primer encuentro se comprometieron y el 13 de julio de 1858 sellaron su amor en santo matrimonio.

La boda se realizó en la espléndida iglesia de Nuestra Señora, a la media noche, en la mayor intimidad y sellada con tal destino iba aquella unión de la que había de nacer la Santa de Lisieux.

Los jóvenes esposos se instalaron en la casa de la calle del Puente Nuevo, la casa de los padres de Luis Martin. Celia trasladó su taller a la nueva casa. Allí vivirá muy cerca de los suyos, no separándola de la calle de San Blas sino un corto trayecto de la Grande-Rue.

Luis y Celia habían conversado acerca de su vida matrimonial. Luis, le confió sus deseos de vivir con ella al modo de la mártir Cecilia y Valeriano, convivencias plenamente fraternales en las que, trascendiendo el dominio de los sentidos, únicamente las almas se unen para ir a la par hacia Dios con todo el dinamismo de un amor divinamente purificado.

¿Tenía Celia los mismos puntos de vista que su esposo?. Desde que hubo de renunciar su esperanza de hacerse religiosa, se había despertado en ella un poderoso instinto de maternidad. Su ambición era un día ser madre de muchos hijos, la de santificarles y llevarles hasta Dios.

En esa época, siglo XIX, las jovenes se enteraban de las "cosas de la vida", por casualidad o por charlas con sus esposos. El conocimiento de Celia en este aspecto, del misterio de la vida, era muy incompleto.

En estas condiciones se comprende que un alma, limpia como el cristal, haya podido acercarse al matrimonio sin haber sido antes informada de todos los deberes y de todas las responsabilidades que lleva anejas.

La revelación total ocurrida en esta época provocó en Celia un espanto púdico antes las exigencias de la carne y le inclinó a corresponder a las aspiraciones de su marido.

Poco después de la boda, fueron de visita al convento donde se encontraba la hermana mayor de Celia.

Esta primera visita al monasterio, avivó en Celia la nostalgia del claustro y le hizo derramar lágrimas amargas. Así lo expresaba en una carta, años después a su hija Paulina:

"Puedo decirte que aquel día lloré todas mis lágrimas, más que cuanto había llorado en mi vida, hasta mi pobre hermana no sabía como consolarme. A pesar de todo no tuve pena de verme allí, no; al contrario, hubiera querido verme yo como ella; comparaba mi vida con la suya y se aumentaba mi llanto. En fin, durante mucho tiempo estuve en espíritu y con mi corazón en la Visitación; con frecuencia iba a ver a mi hermana y reinaba allí una serenidad y una paz que no sabría expresar.¿Piensas, Paulina mía, tú que tanto amas a tu padre, que le revelé mi aflicción y llegué a entristecerle el día de nuestro desposorio? Pues no; él me comprendía y me consolaba cuanto podía, porque tenía aspiraciones semejantes a las mías; aun creo que nuestro recíproco sentimiento se aumentó por esto, nuestros afectos vibraban siempre al unísono y se portó siempre conmigo como un consolador y un apoyo"

sábado, 23 de mayo de 2009

De Luis y de Celia ...

«¡PORQUE CREO!»

Luis Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823, segundo hijo de una familia de cinco hermanos. Su padre, militar de carrera, se encuentra por esa época en España; los primeros años de infancia de los hermanos Martin transcurren a merced de las guarniciones de su padre: Burdeos, Aviñón y Estrasburgo (Francia). Llegada su jubilación, en diciembre de 1830, el capitán Martin se establece en Alençon, en Normandía. Durante su actividad de militar había destacado por su piedad ejemplar. En una ocasión, al decirle el capellán de su regimiento que, entre la tropa, se extrañaban de que, durante la Misa, permaneciera tanto tiempo de rodillas después de la consagración, él respondió sin pestañear: «¡Dígales que es porque creo!».

Tanto en el seno de su familia como con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, Luis recibe una fuerte educación religiosa. Al contrario de la tradición familiar, no escoge el oficio de las armas, sino el de relojero, que casa mejor con su temperamento meditabundo y silencioso, y con su gran habilidad manual. Primeramente aprende el oficio en Rennes y, luego, en Estrasburgo.

En el umbral del otoño de 1845, Luis toma la decisión de entregarse por completo a Dios, por lo que se encamina al Hospicio de San Bernardo el Grande, en el corazón de los Alpes, donde los canónigos consagran su vida a la oración y a rescatar a los viajeros perdidos en la montaña. Se presenta ante el prior, quien le insta a que regrese a su casa a fin de completar sus estudios de latín antes de un eventual ingreso en el noviciado. Tras una infructuosa tentativa de incorporación tardía al estudio, Luis, muy a pesar suyo, renuncia a su proyecto. Para perfeccionar su instrucción, se marcha a París, regresando e instalándose a continuación en Alençon, donde vive con sus padres. Lleva una vida tan ordenada que sus amigos dicen : «Luis es un santo».

Tantas son sus ocupaciones que Luis ni siquiera piensa en el matrimonio. A su madre le preocupa, pero en la escuela de encajes, donde ella asiste a clase, se fija en una joven, hábil y de buenos modales. ¿Y si fuera la «perla» que ella desea para su hijo? Aquella joven es Celia Guérin, nacida en Gandelain, en el departamento de Orne (Normandía), el 23 de diciembre de 1831, la segunda de tres hermanos. Tanto el padre como la madre son de familia profundamente cristiana. En septiembre de 1844 se instalan en Alençon, donde las dos hermanas mayores reciben una esmerada educación en el internado de las Religiosas del Sagrado Corazón de Picpus.

Celia piensa en la vida religiosa, al igual que su hermana mayor, que llegará a ser sor María Dositea en la Visitación de Le Mans. Pero la superiora de las Hijas de la Caridad, a quien Celia solicita su ingreso, le responde sin titubear que no es ésa la voluntad de Dios. La joven se inclina ante tan categórica afirmación, aunque no sin tristeza. Pero un hermoso optimismo sobrenatural la hace exclamar: «Dios mío, accederé al estado de matrimonio para cumplir con tu santa voluntad. Te ruego, pues, que me concedas muchos hijos y que se consagren a ti». Celia entra entonces en una escuela de encajes con objeto de perfeccionarse en la confección del punto de Alençon,

técnica de encaje especialmente célebre. El 8 de diciembre de 1851, festividad de la Inmaculada Concepción, tiene una inspiración: «Debes fabricar punto de Alençon». A partir de ese momento se instala por su cuenta.

Un día, al cruzarse con un joven de noble fisonomía, de semblante reservado y de dignos modales, se siente fuertemente impresionada, y una voz interior le dice: «Este es quien he elegido para ti». Pronto se entera de su identidad; se trata de Luis Martin. En poco tiempo los dos jóvenes llegan a apreciarse y a amarse, y el entendimiento es tan rápido que contraen matrimonio el 13 de julio de 1858, tres meses después de su primer encuentro. Luis y su esposa se proponen vivir como hermano y hermana, siguiendo el ejemplo de San José y de la Virgen María. Diez meses de vida en común en total continencia hacen que sus almas se fundan en una intensa comunión espiritual, pero una prudente intervención de su confesor y el deseo de proporcionar hijos al Señor les mueven a interrumpir aquella santa experiencia. Celia escribirá más tarde a su hija Paulina: «Sentía el deseo de tener muchos hijos y educarlos para el Cielo». En menos de trece años tendrán nueve hijos, y su amor será hermoso y fecundo.


jueves, 14 de mayo de 2009

Hogar y Escuela...


En la casa familiar de los Martin-Guerin, la educacion del alma va a completar la generacion del cuerpo.Dar la vida natural es lo de menos, se trata por encima de todo de de engendrar y formar hijos de Dios!!


El epistolario de Dª Celia Guerin de Martin revela en el mas alto grado esta preocupacion pedagogica. Al niño no se le considera como un juguete o diversion, ni como una fiera que se doma, por no haber sabido domesticarla. El niño es un deposito recibido de las manos del Creador: es preciso servirle, educándole y no desconfiar de lograr su grandeza.

La plegaria rezada en cada uno de los naciminetos de esta amorosa mamá, evidencia la jerarquia del ideal..." ¡Señor! que sea para Vos. Llévalo antes de consentir que se pierda"...

Se trata de formar cristianos y santos!

martes, 12 de mayo de 2009

LA NIÑA CELIA ...


Celia tenia una complexion delicada, estuvo de continuo enferma entre los 7 y los 12 años, sufrio el martirio de incesantes jaquecas que atenazaban su cabeza, no se sabe si encontró en su hogar todas las delicadezas y atenciones que su sensibilidad desearia en su interior, motivada por los dolores fisicos...
El Sr Guerin era muy bueno y de recto sentido cristiano, pero tambien muy rigido, a fuerza de sus actitudes militares, aún así, se sabe que amaba mucho a sus hijas.
El sufrimiento lo sintio Celia de parte de su madre. Mujer de fe propicia a trasladar los montes, pero carecia del don de los educadores genuinos, y esta carencia la conducia, a pesar de su verdadera ternura maternal, a chocar con un alma de excepcional delicadeza como la de Celia.


La niña se crio privada un poco de las caricias infantiles.
Quien habia de acunar, vestir y cuidar con tanto amor a sus nueve hijitos,
no conocio como otras niñas de su edad, el cariño de agradar a su mamá.
"Mi infancia y mi juventud, fueron tristes como un sudario -Escribiria algun dia en una carta a su hermano- porque si mi madre te mimaba, para conmigo, tú lo sabes, se hubo demasiado severa; con ser ella tan buena, no supo trarame, por lo que yo tambien sufria en mi interior"