A los ojos de sus cinco hijas -María, Paulina, Leonia, Celina y Teresa- la causa estaba concluida mucho tiempo antes. Ellas eran el fruto del amor de un santo y una santa, que las habían elevado como el sacerdote eleva la hostia: para ofrecerlas a Dios, pidiéndole que se tome esa ofrenda en perfecta y digna de Él.
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