miércoles, 24 de junio de 2009


"Yo nací enfermo y cuando estaba enfermo los esposos Martin
le pidieron a Jesús que me curara y Él me curó".


Así explica el pequeño Pietro Schilirò, de seis años, el milagro de su recuperación cuando no era más que un recién nacido. Los padres del pequeño Valter y Adele se encomendaron a los esposos Marie Zélie Guérin (1831-1877) y Louis Martin (1823-1894) , los papás de Santa Teresita del Niño Jesús. Gracias a este milagro fue aprobada la beatificación de ambos, que se efectuó el 19 de octubre del 2008 en la basílica de Lisieux en Francia.


Historia de un milagro


Pietro es el menor de cinco hijos. Nació en Milán el 25 de mayo de 2002.

El mismo día le fue detectada una malformación pulmonar grave, razón por la que el neonato permaneció en el hospital donde se le practicó una terapia intensiva para que pudiera respirar. "Pronto nos dimos cuenta de que la enfermedad era muy grave.


No había ninguna posibilidad de curación. Nos pidieron hacerle una radiografía pulmonar para ver qué podía ser", explica Valter.Era necesario que se le practicara una biopsia, lo que implicaba un gran riesgo para el pequeño. Por ello los padres decidieron bautizarlo de inmediato. Fue así como le pidieron al padre Antonio Sangalli que le administrara el sacramento.


El sacerdote carmelita les entregó una estampita de los esposos Martin. "Ellos habían perdido cuatro hijos en tierna edad. Así podían ayudarnos en esa situación y en lo que el Señor nos estaba pidiendo en ese momento", dice Adele.Los esposos Schilirò no sabían mucho de la vida de Zélie y Louis, lo poco que conocían era a través de los escritos de santa Teresita. En medio de la incertidumbre por la salud del pequeño descubrieron una "cercanía misteriosa con los esposos Martin", según confiesa Vlater."Nosotros nos atrevimos a pedirle al Señor aquello que llevábamos en el corazón: la curación de Pietro. El Señor nos había puesto entre las manos de los esposos Martin", testimonia la madre del pequeño.


En medio del sufrimiento, y al ver a su hijo recién nacido conectado a tantos aparatos artificiales para poder respirar, Adele y Valter entendieron que deberían preguntarle a Dios cuál era la voluntad para Pietro:

"Para nosotros esto ha sido muy importante porque nos ha ayudado a mirar lo que nuestro hijo estaba viviendo. Vivía plenamente su vocación a través de lo que hacía en su sufrimiento. Participaba en la salvación de las almas con Jesús. Para nosotros éste ha sido el primer milagro", asegura Valter.

El 26 de junio Pietro sufrió una fuerte crisis respiratoria.

"Los médicos nos dijeron que era cuestión de pocas horas o de cualquier día pero que de todas maneras para Pietro no había esperanza", comenta Adele.Tras rezar varias veces la novena a los esposos Martin, el 29 de junio, día en que la Iglesia celebra la fiesta de San Pedro y San Pablo, Pietro comenzó a dar señales de mejoría.


Dos semanas después el pequeño ya respiraba sin oxígeno

y los médicos aseguraron que su curación era "un hecho sorprendente".


Los padres se lo comunicaron al padre Antonio y fue así como el sacerdote se convirtió en el vicepostulador de la causa de beatificación de Zélie y Louis.


"Estamos verdaderamente colmados de agradecimiento. Nos sentimos sobrepasados," asegura Adele. A lo que Valter agrega: "No es un mérito para nosotros en absoluto. Lo que le ocurrió a Pietro es algo para toda la Iglesia. De hecho, hoy estamos aquí para presentar al Papa esta reliquia, que es un signo de agradecimiento para toda la Iglesia".

viernes, 19 de junio de 2009


La vida profundamente cristiana de los esposos Martin se abre naturalmente a la caridad para con el prójimo: limosnas discretas a las familias necesitadas, a las que se unen sus hijas, según su edad; asistencia a los enfermos, etc. No tienen miedo de luchar justamente para reconfortar a los oprimidos. Así mismo, realizan juntos las gestiones necesarias para que un indigente pueda entrar en el hospicio, cuando éste no tiene derecho al no tener suficiente edad para ello. Son servicios que sobrepasan los límites de la parroquia y que dan testimonio de un gran espíritu misionero: espléndidas ofrendas anuales para la Propagación de la Fe, participación en la construcción de una iglesia en Canadá, etc.


Pero la intensa felicidad familiar de los Martin no debía durar demasiado tiempo. A partir de 1865, Celia se percata de la presencia de un tumor maligno en el pecho, surgido después de una caída contra el borde de un mueble. Tanto su hermano, que es farmacéutico, como su marido no le conceden demasiada importancia; pero a finales de 1876 el mal se manifiesta y el diagnóstico es concluyente: «tumor fibroso no operable» a causa de su avanzado estado. Celia lo afronta hasta el final con toda valentía; consciente del vacío que supondrá su desaparición, le pide a su cuñada, la señora Guérin, que, después de su muerte, ayude a su marido en la educación de los más pequeños.


Su muerte acontece el 28 de agosto de 1877. Para Luis, de 54 años de edad, supone un abatimiento, una profunda llaga que sólo se cerrará en el Cielo. Pero lo acepta todo, con un espíritu de fe ejemplar y con la convicción de que su «santa esposa» está en el Cielo.


Y cumplirá con la labor que había empezado en la armonía de un amor intachable:

la educación de sus cinco hijas. Para ello, escribe Teresita, «aquel corazón tierno de papá había añadido al amor que ya poseía un amor realmente maternal».


La señora Guérin se ofrece para ayudar a la familia Martin, invitando a su cuñado a trasladar su hogar a Lisieux. Para aquellas pequeñas huérfanas, la farmacia de su marido será su segunda casa y la intimidad que une a ambas familias crecerá con las mismas tradiciones de sencillez, labor y rectitud. A pesar de los recuerdos y de las fieles amistades que podrían retenerlo en Alençon, Luis se decide a sacrificarlo todo y a mudarse a Lisieux

jueves, 11 de junio de 2009

¡ Un gran honor !


La vida en los «Buissonnets», la nueva casa de Lisieux, resulta más austera y retirada que en Alençon. La familia mantiene pocas relaciones, y cultiva el recuerdo de la persona a la que el señor Martin sigue designando con el nombre de «vuestra santa mamá».


Las más jovencitas son confiadas a las Benedictinas de Nuestra Señora del Prado.

Pero Luis sabe procurarles distracciones: sesiones teatrales, viajes a Trouville,

estancia en París, etc., intentando que, a través de todas las realidades de la vida,

encuentren la gloria de Dios y la santificación de las almas.


Su santidad personal se revela sobre todo en la ofrenda de todas sus hijas, y después de sí mismo. Celia ya preveía la vocación de las dos mayores, pues Paulina ingresaba en el Carmelo de Lisieux en octubre de 1882, y María en octubre de 1886.


Al mismo tiempo, Leonina, de difícil temperamento, inicia una serie de infructuosos intentos; en primer lugar en las Clarisas, y luego en la Visitación, donde, tras dos intentos fallidos, acabará ingresando definitivamente en 1899.


Teresa, la benjamina, la «pequeña reina», conseguirá vencer todos los obstáculos hasta ingresar en el Carmelo a los 15 años, en abril de 1888. Dos meses después, el 15 de junio, Celina revela a su padre que también ella siente la llamada de la vida religiosa. Ante aquel nuevo sacrificio, la reacción de Luis Martin es espléndida: «Ven, vayamos juntos ante el Santísimo a darle gracias al Señor por concederme el honor de llevarse a todas mis hijas».

A imitación del señor Martin, los padres deben acoger las vocaciones como un don de Dios, escribe el Papa Juan Pablo II:

«Vosotros, padres, dad gracias al Señor si ha llamado a la vida consagrada a alguno de vuestros hijos. ¡Debe ser considerado un gran honor – como lo ha sido siempre– que el Señor se fije en una familia y elija a alguno de sus miembros para invitarlo a seguir el camino de los consejos evangélicos! Cultivad el deseo de ofrecer al Señor a alguno de vuestros hijos para el crecimiento del amor de Dios en el mundo. ¿Qué fruto de vuestro amor conyugal podríais tener más bello que éste?»

(Vita consecrata, 25 de marzo de 1996, nº 107).


La vocación es ante todo una iniciativa divina, pero una educación cristiana favorece la respuesta generosa a la llamada de Dios:

«En el seno de la familia, los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada» (Catecismo, 1656).


Por lo tanto, «si los padres no viven los valores evangélicos, será difícil que los jóvenes y las jóvenes puedan percibir la llamada, comprender la necesidad de los sacrificios que han de afrontar y apreciar la belleza de la meta a alcanzar. En efecto, es en la familia donde los jóvenes tienen las primeras experiencias de los valores evangélicos, del amor que se da a Dios y a los demás. También es necesario que sean educados en el uso responsable de su libertad, para estar dispuestos a vivir de las más altas realidades espirituales según su propia vocación»

(Vita consecrata, ibíd.).

domingo, 7 de junio de 2009

MUERTE DE CELIA



En la noche del 26 de agosto de 1877, Luis Martín se dirigio a la iglesia de “Nuestra Señora” en busca de un sacerdote y el mismo quizo escoltar el bendito sacramento.

La familia entera se encontraba reunida alrededor del lecho de muerte de Celia. Sus corazones latían en una misma oración. Teresa recuerda: “La ceremonia de los santos óleos esta profundamente impresa en mi alma. Aún recuerdo el lugar exacto donde me encontraba junto a Celina. Estábamos alienadas de acuerdo a nuestra edad. Papá se encontraba ahí también, sollozando.”

El sacramento fue suministrado mientras la paciente sufría silenciosamente. La Sra. Martín cayó entonces en una especie de coma. Ella estaba destruida, sus piernas y brazos se habían hinchado, imposible mover su cuerpo, imposible hacer que ella oyera algo. Fue necesario interpretar sus pensamientos leyendo los apenas perceptibles movimientos de sus labios. No obstante, sus ojos aún hablaban. Cuando, al día siguiente convocados por una carta de su hija María, el Señor y la Señora Guérin (hermano y cuñada de Celia) entraron a su habitación, ella los recibió con una sonrisa y estrecho en sus brazos durante largo tiempo a su cuñada dirigiéndole una mirada profunda como diciéndole que en ella colocaba sus esperanzas y su gratitud.

Después, ella tuvo una hemorragia. Era la madrugada del martes 28 de agosto de 1877, exactamente 30 minutos después de la media noche, después de una corta agonía, la Sra. Martín murió serenamente.

Inmediatamente, avisaron a las hijas mayores quienes fueron tranquilizadas por la monja enfermera, quien habia dejado a la Sra. Martin a las 9:00 de la mañana. Paulina, quien se había refugiado en una pequeña habitación en el jardin arriba de la lavandería, se dirigió bañada en llanto a las dos pequeñas (Celina y Teresa) aunque tampoco quería interrumpir sus sueños. Ella aún tardo en darles la triste noticia hasta bien entrada la mañana.

El Sr. Martín llevó a Teresa al lecho de muerte de su madre. Ella cuenta la escena: “Papá me llevó en brazos y me dijo: ven a besar a tu pobre mamita por última vez. Sin decir una sola palabra, puse mis labios en la frente fría de mi querida madre.

Ella parecía dormir. A pesar de que casi había alcanzado sus 46 años de edad, lucía más joven. El rostro, consumido y esculpido por el dolor, había tomado una majestuosa expresión de majestad y juventud. Una extraña atmosfera de recogimiento y absoluta calma envolvía la habitación.” El Señor Martín y sus hijas no se cansaban de contemplar el cuerpo de quien había luchado tanto y que ahora ya descansaba.

Teresita nos dio en su autobografía su propio testimonio de este día oscuro en su vida. Ella tenía entonces cuatro años y medio:

“No recuerdo haber llorado mucho ni tampoco haber hablado con nadie sobre mis sentimientos al respecto…Miraba y oía en silencio. Nadie tenía mucho tiempo para prestarme atención y yo vi muchas cosas que ellos debieron haberme ocultado…En lugar de ello, yo estaba parada junto al ataúd…el cual habia sido colocado en el hall. Estuve ahí parada, mirando un largo rato. Aunque nunca había visto un ataúd, entendía de que se trataba. Yo era muy pequeñita y a pesar de la corta estatura de mi madre, tuve que levantar mi cabeza para verla en su totalidad. Me pareció tan larga y triste…”.

lunes, 1 de junio de 2009


Recordatorio del señor Martin (1894)
Publicado en BT, p. 291s. Los textos del recordatorio de la muerte del señor Martin,
realizado a finales de 1894, fueron elegidos por Teresa y sus hermanas.

La estampa tiene un fina orla para enmarcar un retrato.

Aunque disponían de buenas fotografías de su padre, sus hijas prefirieron poner una reproducción de la Santa Faz de Tours, en una identificación bien significativa.

Transcribimos los textos bíblicos en el mismo orden en que aparecen en la imagen.

Las referencias han sido añadidas por los editores.


Gn 15,1 Ego sum merces tua magna nimis (Gn ,1).

Lc 24,26 ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

(N.S. a los discípulos de Emaús).

Sal 30,21 Señor, escóndelo bajo el secreto de tu Faz.


Al dorso:


Sal 29,12 Cambiaste mi luto en danza me desataste el sayal y me has vestido de fiesta

(Sal XXX,12). Is 53,11 Veo el fruto de lo que he sufrido, y mi alma se ha saciado (Isaías).

Tb 12,13 Porque eras grato al Señor, la tribulación tenía que probarte (El ángel a Tobías).

Sb 3,5-6 ...El Señor lo recibió como sacrifico de holocausto, lo probó como oro en el crisol

y lo halló dignos de sí (Sabiduría).

Tb 13,17 Y tú te alegrarás en tus hijos, que serán bendecidos y se unirán al Señor (Tobías XIII,17).

Pr 20,7 El justo procede sin tacha, ¡felices sus hijos después de él! (Prov.).

Sal 17,26 Con el misericordioso, Señor, tú eres misericordioso, con el fiel tú eres fiel

(Sal XVII,26).Sal 17, Desde el cielo alargó la mano y me agarró, me sacó a 17.20.22 un lugar espacioso, me libró porque me amaba...,porque tuve presentes sus mandamientos y no me aparté de sus preceptos (Sal 17).