domingo, 7 de junio de 2009

MUERTE DE CELIA



En la noche del 26 de agosto de 1877, Luis Martín se dirigio a la iglesia de “Nuestra Señora” en busca de un sacerdote y el mismo quizo escoltar el bendito sacramento.

La familia entera se encontraba reunida alrededor del lecho de muerte de Celia. Sus corazones latían en una misma oración. Teresa recuerda: “La ceremonia de los santos óleos esta profundamente impresa en mi alma. Aún recuerdo el lugar exacto donde me encontraba junto a Celina. Estábamos alienadas de acuerdo a nuestra edad. Papá se encontraba ahí también, sollozando.”

El sacramento fue suministrado mientras la paciente sufría silenciosamente. La Sra. Martín cayó entonces en una especie de coma. Ella estaba destruida, sus piernas y brazos se habían hinchado, imposible mover su cuerpo, imposible hacer que ella oyera algo. Fue necesario interpretar sus pensamientos leyendo los apenas perceptibles movimientos de sus labios. No obstante, sus ojos aún hablaban. Cuando, al día siguiente convocados por una carta de su hija María, el Señor y la Señora Guérin (hermano y cuñada de Celia) entraron a su habitación, ella los recibió con una sonrisa y estrecho en sus brazos durante largo tiempo a su cuñada dirigiéndole una mirada profunda como diciéndole que en ella colocaba sus esperanzas y su gratitud.

Después, ella tuvo una hemorragia. Era la madrugada del martes 28 de agosto de 1877, exactamente 30 minutos después de la media noche, después de una corta agonía, la Sra. Martín murió serenamente.

Inmediatamente, avisaron a las hijas mayores quienes fueron tranquilizadas por la monja enfermera, quien habia dejado a la Sra. Martin a las 9:00 de la mañana. Paulina, quien se había refugiado en una pequeña habitación en el jardin arriba de la lavandería, se dirigió bañada en llanto a las dos pequeñas (Celina y Teresa) aunque tampoco quería interrumpir sus sueños. Ella aún tardo en darles la triste noticia hasta bien entrada la mañana.

El Sr. Martín llevó a Teresa al lecho de muerte de su madre. Ella cuenta la escena: “Papá me llevó en brazos y me dijo: ven a besar a tu pobre mamita por última vez. Sin decir una sola palabra, puse mis labios en la frente fría de mi querida madre.

Ella parecía dormir. A pesar de que casi había alcanzado sus 46 años de edad, lucía más joven. El rostro, consumido y esculpido por el dolor, había tomado una majestuosa expresión de majestad y juventud. Una extraña atmosfera de recogimiento y absoluta calma envolvía la habitación.” El Señor Martín y sus hijas no se cansaban de contemplar el cuerpo de quien había luchado tanto y que ahora ya descansaba.

Teresita nos dio en su autobografía su propio testimonio de este día oscuro en su vida. Ella tenía entonces cuatro años y medio:

“No recuerdo haber llorado mucho ni tampoco haber hablado con nadie sobre mis sentimientos al respecto…Miraba y oía en silencio. Nadie tenía mucho tiempo para prestarme atención y yo vi muchas cosas que ellos debieron haberme ocultado…En lugar de ello, yo estaba parada junto al ataúd…el cual habia sido colocado en el hall. Estuve ahí parada, mirando un largo rato. Aunque nunca había visto un ataúd, entendía de que se trataba. Yo era muy pequeñita y a pesar de la corta estatura de mi madre, tuve que levantar mi cabeza para verla en su totalidad. Me pareció tan larga y triste…”.

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