jueves, 1 de octubre de 2009

EL FUNERAL EN ALENÇON


El funeral, de acuerdo con la costumbre de esa época, tuvo lugar al día siguiente de la muerte de Celia, 29 de agosto de 1877, a las 9:00 de la mañana en la Iglesia que los familiares habían convenido. Como se acostumbraba, las hijas de la difunta no asistieron a la ceremonia. Ella fue enterrada en el cementerio de la Iglesia de Nuestra Señora en Alencon.


Fue hasta octubre de 1894, después de la muerte del Señor Martín, que el Señor Guerín quizó unir en la tumba a aquellos cuya vida en común fue modelo del amor conyugal, que quizo transferir el cuerpo de su hermana a la cripta de la familia en Lisieux. La tumba de granito junto con la lápida que fue gravada para la Sra. Martin en Alencon fue colocada en algún espacio libre dentro de la cripta.


Cincuenta años después fue recuperada intacta y fue colocada en una buena ubicación en el jardín del Pabellón (una pequeña área del jardín con una torre hexagonal que pertenecia a la Familia Martín).Elogios en memoria de la Sra. Martin nunca faltaron. Sin dar rodeos, el sacerdote de la parroquia de Monsort declaró: “hay una santa más en el cielo”.


La Sra. Guerin quien se ganó la confianza de su cuñada y muchas veces se vio beneficiada por su experiencia y sus delicados servicios, recuerda sus meritos en una carta dirigida a su sobrina, 14 años después, en 1891, quien se había convertido en monja carmelita, Teresita del Niño Jesús:


“¡Que habré hecho que Dios me ha rodeado de tan amorosos corazones! No hice nada, sólo corresponder a la última mirada de una madre que amó demasiado. Entendí mucho en esa mirada que nunca podré olvidar. Está grabada en mi corazón. Desde ese día, traté de reemplazar a aquella que Dios se había llevado, pero no. ¡Nada puede reemplazar a una madre!Sin embargo, Dios ha querido bendecir mis pobres esfuerzos y hoy me permite recibir el afecto de esos jóvenes corazones. El ha querido que la madre que guió tu tierna infancia fuera elevada a la sublime gloria y gozara de las delicias celestiales. ¡Ah! Debe ser mi pequeña Teresa porque tus padres están entre esos que podríamos llamar santos y cuyos esfuerzos traerán más santidad.”


La evaluación de Luisa María quien vivió 12 años con la familia Martín no es menos reveladora. Durante su enfermedad, la Sra. Celia se vio forzada a delegar muchas tareas a su criada, quien resultó una mala influencia para Leonia. Luisa pidió como favor seguir trabajando para la familia hasta la muerte de la Sra. Martín objetando que nadie podría cuidar mejor a la Sra. Martín como ella.

De hecho, hasta su muerte, ella cuidó a Doña Celia con profunda devoción.


A la muerte de la Sra. Martín ella fue despedida ya que la educación de Leonia lo requería. Sin embargo, ella se llevó en su memoria a aquella que le había enseñado mucho con su dulzura. En 1923, algunos meses antes de su muerte, ella escribió al Carmelo de Lisieux:

“En mi profundo dolor, invoqué a mi pequeña Teresa, y al mismo tiempo a su buena y santa madre, porque si Teresita es una santa, su madre, en mi opinión, es igual una gran santa. Ella fue puesta a prueba durante toda su vida y lo aceptó con resignación. Y entonces, ¡ella se sacrificó a si misma! Para ella, cualquier cosa era suficientemente buena, pero para los demás nada era demasiado bueno. Yo podría escribir un gran tratado, si dijera toda su bondad y sumisión a la voluntad del buen Dios.


”Más allá de todos estos testimonios se eleva la voz del Sr. Martin, quien nunca habló de su esposa sin atribuirle el calificativo de “santa”; la voz de sus hijas quienes bajo el juramento de la fe, afirman sus maternales virtudes en sus deposiciones en el proceso de beatificación de su pequeña hermana, Santa Teresita. Más que esto, habla la joven Teresa.
¿Podría haber más hermoso retrato de una madre que esta estrofa escrita por la santa"
“Yo amaba la sonrisa de mi madre. Su profunda mirada parecía decirme:”La eternidad me abruma y me atrae, subiré al cielo azul para mirar a Dios.”

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