miércoles, 19 de noviembre de 2008

Un ejemplo de Familia


«Sí, la civilización del amor es posible, no es una utopía. Pero sólo es posible si volvemos constantemente y con fervor nuestro rostro hacia Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, del que toda paternidad toma el nombre en los cielos y en la tierra (Ef 3, 14-15), de quien procede toda familia humana» (Juan Pablo II, Carta a las familias, 2 de febrero de 1994, nº15). Así pues, la civilización del amor nace y se desarrolla en la familia.

No obstante, «los ataques contra la institución de la familia se repiten desde hace tiempo. Se trata de agresiones tan peligrosas e insidiosas que menosprecian el valor insustituible de la familia basada en el matrimonio» (Juan Pablo II, 4 de junio de 1999). Pero, «el hecho de nacer y de ser educados en un hogar formado por unos padres unidos en una fiel alianza, resulta de gran importancia para los hijos» (Ibíd.).

El matrimonio es la alianza por la que «el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole» (Codex Iuris Canonici, 1055, § 1). Respetar esa unión es «de una enorme trascendencia» para la continuidad del género humano, para el desarrollo personal y destino eterno de cada uno de los miembros de la familia, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la humana sociedad» (Vaticano II, Gaudium et spes, 48).

Por eso la Iglesia defiende con energía la identidad del matrimonio y de la familia. Por ese motivo propone el ejemplo de los «bondadosos esposos Luis y Celia, padres de Santa Teresa de Lisieux», cuyas virtudes heroicas fueron reconocidas por el Papa Juan Pablo II el 26 de marzo de 1994.

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